ESPACIOS RELACIONALES

Por Jaime Iregui


Según Freud la conciencia tendría como una de sus funciones la de servir de protección contra los estímulos. “Para el organismo viviente la defensa contra los estímulos es una tarea casi más importante que la recepción de éstos; el organismo se halla dotado de una cantidad propia de energía y debe tender sobretodo a proteger las formas particulares de energía que la constituyen respecto al influjo nivelador, y por lo tanto destructivo, de las energías demasiado grandes que obran en el exterior”. La amenaza proveniente de esas energías es la amenaza de shocks. Cuanto más normal y corriente resulta el registro de shocks por parte de la conciencia, menos se deberá temer un efecto traumático por parte de éstos.[1]

Si pensamos en la ciudad como construcción humana, y nos preguntamos por las entidades que representan su conciencia –aquella facultad que la regula y protege contra los estímulos que podrían amenazar su integridad- podemos encontrarlas en las instituciones y su función reguladora que posibilita estabilidad y permanencia a la ciudad en sus aspectos físicos y de sentido.

El diseño de normas, estructura urbana (calles, plazas, barrios, etc.), políticas fiscales a corto, mediano y largo plazo, son algunas de las actividades con que estas instituciones regulan la energía de la ciudad que estaría representada en la masa de sus habitantes.

Para estas instituciones la experiencia urbana se establece a través de una compleja red de dispositivos que están continuamente definiendo indicadores y pautas que posibilitan un ‘barrido’ constante sobre los elementos que la componen, así como el diseño e implementación de las estrategias necesarias para que este gran sujeto que es la ciudad, no pierda su conciencia.

En términos de las instituciones culturales, se podría pensar que son las encargadas de identificar, incorporar y preservar todas aquellas experiencias que de una u otra forma aportan sentido. En el caso específico del arte los dispositivos que regulan la conciencia podrían situarse en el museo, la historia y los eventos diseñados para escenificar la actividad artística.

De acuerdo con lo anterior, ¿de qué lugar podrían venir los shocks que podrían renovar la conciencia establecida? De aquellas experiencias que inicialmente se perciben como inéditas y que la conciencia cultural asimila e instituye a través de dispositivos como exhibiciones, investigaciones y documentos.

Aquí la experiencia del artista –que según Benjamin es para quien la recepción de shocks se ha convertido en regla- sería la de explorar nuevas formas de conciencia haciendo que la ciudad se observe, cuestione y altere a través de ella. En esta medida es a través de la práctica de observación atenta y consciente, que la ciudad se percibe y transforma. Es decir, la ciudad se transforma a través de nuestras observaciones.

Se trata entonces de un complejo entramado de observaciones entre ciudad, instituciones y colectividad que implica aspectos tanto culturales como espaciales (arquitectura) y temporales: la ciudad como historia y memoria colectiva. La tensión de estos principios sería la que definiría tanto el carácter distintivo y estético de la ciudad, así como el modo en que se construye cultura urbana en el espacio y en el tiempo.

Dado que el hecho urbano como estructura cultural es inseparable de su relación con una colectividad, es posible entonces entender la ciudad desde la perspectiva de la relación entre la obra y observador.

Esta relación podemos entenderla no tanto como aquella en que un espectador pasivo contempla una obra cerrada y determinada, sino como una en la que cada una de las partes se observa activamente con la otra transformándose –y construyéndose a si misma en su totalidad- como entidad histórica y cultural.

Es aquí donde podría residir lo que urbanistas como Aldo Rossi define como el alma de la ciudad, es decir, donde más allá de las consideraciones morfológicas, es posible definir su cualidad –el alma de la ciudad- como aquello que se “convierte en la historia, el signo ligado a las paredes de los municipios, el carácter distintivo y al mismo tiempo definitivo, la memoria.”

En este sentido es posible experimentar la ciudad no sólo como una gran estructura cultural, sino como construcción de observaciones que generan realidad y transforman la materia, el espacio y el tiempo a partir de una concepción estética.

Sobre el espacio público. Me interesa proponer el espacio público no tanto como estructura física (parques, andenes, calles, plazas) sino como dimensión relacional[2] producida desde tres esferas distintas:

La primera es aquella en que su producción esta ligada a las representaciones del poder y el capital: se trata del espacio concebido por el Estado, los urbanistas, los arquitectos y la tecnocracia; la segunda es el espacio vivido por sus habitantes a través de símbolos, imágenes e intercambios: donde la imagen de la ciudad es construida colectivamente a partir la experiencia y el diálogo entre las observaciones de cada ciudadano, de la forma en que se apropian de lugares específicos para cargarlos de sentido y significado (la carrera Séptima, la Torre Colpatria, Monserrate, etc.); por último, tenemos el espacio practicado, es decir, los modos en que cada ciudadano habita y recorre el espacio de la ciudad. En este sentido, cada esfera se puede pensar en la forma en que las personas leen e interpretan la ciudad a partir del texto construido por el Estado y los urbanistas.

Estas tres esfera se relacionan con los planteamientos del filósofo –vinculado por una época al Situacionismo- Henri Lefebvre[3] en su obra "La producción social del espacio", en la que propone desfetichizar el espacio para dejar de percibirlo como dimensión inerte y predeterminada: el espacio es algo vivo y dinámico, que se produce e instituye no sólo desde la normatividad del Estado y el diseño de urbanistas y arquitectos, sino también desde las vivencias (imágenes, símbolos) cotidianas y los modos que tiene el ciudadano común de practicarlo y observarlo.

En este contexto, se puede entender el espacio público como escenario donde cada ciudadano produce espacio a partir de sus observaciones y recorridos, donde él también representa un papel, donde la ciudad se encuentra representada en reglas, símbolos, imágenes y, por supuesto, en las observaciones y experiencias con las que cada ciudadano la refleja y la recorre.

[1] Benjamin, Walter. Sobre el programa de la filosofía futura y otros ensayos. Pag 94

[2] En el contexto de la geografía contemporánea el brasileño Milton Santos define el espacio “no tanto como cosa ni sistema de cosas, sino como una realidad relacional: cosas y relaciones juntas: es importante considerar los tres modos por los cuales el espacio puede conceptualizarse. En primer lugar el espacio puede ser visto desde un sentido absoluto, como una cosa en sí, con una existencia específica, determinada, de manera única. Es el espacio del agrimensor y del cartógrafo. […] En segundo lugar tenemos el espacio relativo, que pone en relieve las relaciones entre objetos y que existe por el hecho de que estos objetos existan y estén en relación unos con otros. […] En tercer lugar está el espacio relacional, donde el espacio es percibido como contenido, y representa en el interior de sí mismo otro tipo de relaciones que existen entre objetos” Milton santos, “Metamorfosis del Espacio Habitado”. Ed. Oikos-Tau, 1996.

[3] Según Henri Lefebvre, el espacio se produce como se produce una mercancía: “El espacio es donde los discursos de poder y conocimiento son transformados en relaciones reales de poder". Lefebvre identifica tres dimensiones de espacio. Una es la representación del espacio por profesionales de la ingeniería, la arquitectura en términos de, por ejemplo, edificios, carreteras, usualmente producidas por el espacio público u “oficial”. La segunda es el espacio representacional, es decir, las imágenes que se producen a propósito del espacio, el cual es más sentido que pensado. La tercera dimensión es lo que Lefebvre llama prácticas espaciales, es decir, las rutas y redes de la vida cotidiana.