LA CONVERSACION COMO ESCULTURA

Por Juan Camacho.






TRANSCRIPCIÓN

En 1972, durante la V documenta de Kassel, el artista alemán Joseph Beuys participa con un proyecto tan interesante como polémico: La Oficina Política Permanente de la Organización para la Democracia Directa a través del Plebiscito. Para esto, pinta el pabellón de exposición de blanco y crea un espacio de discusión público, en el que se sienta durante 100 días a hablar, junto a dos de sus colegas y algunos asistentes, sobre temas que iban desde su actitud ante el sentido del ser humano, su concepto de libertad, y temas políticos concernientes al ideal de democracia. Se dice que en uno de aquellos días, una joven se dirige a Beuys y le pregunta: ¿Es esto arte?, a lo que él responde: “De alguna manera sí. Nos permite pensar”.

Cuando se antepone el pensamiento a la creación de objetos materiales, y se abre la posibilidad del arte como un espacio de debate, se entiende el pensamiento como una forma escultórica y se propone la idea de una escultura social en la que todos los hombres son responsables de dar forma a la sociedad. De esta forma, queda explícita la idea de que la escultura no necesita producir objetos, sino realizar acciones o comunicar pensamientos que moldeen la conciencia de la gente, en un proceso interdisciplinario y participativo en el que el pensamiento, el discurso y la discusión son la materia central. Esta opinión, en la que todos los seres humanos se ven como artistas responsables de la formación de un modelo social y genera un cambio inmaterial en la mente de los individuos, asume la estética en un espacio de trabajo colectivo e imaginario desde el cual podemos ver, repensar y reformar nuestras vidas en consonancia con nuestro potencial creativo y se presentan los espacios conversacionales como formas de contemplación, autoreconocimiento y de manifestación energética transformadoras de las relaciones entre las personas.

Con esta perspectiva, que contempla más que la obra de arte el obrar artístico, se debe entender la palabra como una posibilidad de construcción, como material y al mismo tiempo medio y soporte del trabajo plástico. De la misma manera en que el escultor moldea la materia, el lenguaje y la semántica dan forma a los pensamientos y determinan cómo nos entendemos en el mundo.

Antes de continuar ahondando en la conversación como forma escultórica, es preciso establecer esa relación intrínseca que mantiene con la actitud contemplativa y que es al fin de cuentas, la que funda el acto escultórico como una manifestación consciente.

Y es que más allá de la construcción de objetos, la conversación como escultura propone una actitud contemplativa del espacio y del entorno como posible obra de arte en la que la mirada de sí mismo se ejerce por fuera del individuo gracias al espejo del interlocutor, y la mirada particular se utiliza como instrumento de intelección para crear perspectivas del mundo sin la necedad de materialización a la que nos tiene acostumbrados el objeto. El acto contemplativo no sólo intenta recuperar el valor de la mirada como acto de construcción artesanal del pensamiento, sino que además es una economía plástica que evita la ejecución visible de los objetos, para proponer a cambio una hermenéutica de lo que, aunque ya existente, ha pasado desapercibido.

Si ahora extrapolamos el concepto de contemplación en el espacio a una dimensión temporal, nos daremos cuenta de que el acto contemplativo de la memoria también constituye en sí una forma escultórica conocida como bricolage.

La forma en que opera el proceso tradicional de la escultura se basa en la construcción de objetos y a partir de ellos es que se genera un acontecimiento, una conmemoración o un monumento. En contraste con este procedimiento tradicional, el bricolage es un proceso escultórico en donde ya no se crean objetos para generar acontecimientos, sino que se toman restos de sucesos y sobrantes de acontecimientos para generar estructuras. El bricolage enfatiza el hecho de que los objetos existen mediante su uso y es la forma poética de construcción del mundo que permite que por ejemplo en el juego infantil de la guerra una cuchara de palo sea entendida como una espada, un gancho de ropa como un arco, una olla como casco protector y su correspondiente tapa como escudo. La existencia de las cosas entonces depende del uso que se haga de ellas y el contexto en el que éstas se inscriban.

Muchos artistas han adoptado este modus operandi para la construcción de sus obras: Daniel Spoerri por ejemplo, se reunía con sus amigos y al final de la velada tomaba los restos que habían quedado sobre la mesa y los acumulaba de forma que quedaba una colección de platos usados, colillas de cigarrillo, desechos de papel y demás residuos que daban un testimonio de lo que había sucedido aquella noche; Roberth Rauschenberg deambulaba por las calles de Nueva York reciclando animales disecados, llantas usadas, señales de tránsito, y todo lo que le servía para luego ensamblarlos en sus ya célebres acumulaciones; Picasso tomaba el manubrio y el asiento de aquello que en algún tiempo fue una bicicleta para representar el cráneo de un toro, etc.


Es lícito entonces aseverar que el acto contemplativo que se sirve de la recolección de fragmentos de acontecimientos, ya sean personales o no para la creación de estructuras mentales de función estética, no es más ni menos que una forma escultórica primitiva de la transformación del pensamiento sin la necesidad de la fisicidad del objeto; es una versión esencial e inmaterial del bricolage, en síntesis, un proceso escultórico de la imaginación.

No es ninguna sorpresa que el acto conversacional como escultura sea consecuencia lógica más de una actitud contemplativa del mundo que de una postura propositiva. Si miramos con detenimiento, veremos cómo la mirada y la actitud contemplativa han nutrido permanentemente la historia del arte, bien sea en las connotaciones rituales para la apropiación del alma en las escenas de cacería del arte rupestre; en la ilusión tridimensional de la perspectiva renacentista; en el origen del paisajismo holandés en el sentido que una vez la gente dejó de entender el campo como lugar de trabajo y se dio la posibilidad de contemplarlo y asumió su entorno como lugar de goce estético y no como espacio de obligaciones, hubo un cambio en la mirada. Igualmente ocurrió con la aparición de la fotografía. Incluso en tiempos recientes, Roberth Smithson ha afirmado que “Un gran artista puede realizar arte simplemente con lanzar una mirada” y que “Una serie de miradas podrían ser tan sólidas como cualquier cosa o lugar, pero la sociedad continúa estafándole al artista su arte de mirar, valorando solo los objetos de arte”.

El acto contemplativo que deviene en escultura mediante la conversación, porque al fin de cuentas es un acto, pone de manifiesto la relación directa del cuerpo humano y su entorno a través de la palabra. Esta relación entre la mirada y la palabra, entre el ojo y la boca humana, se encuentra, como ya lo ha señalado Georges Bataille, ligada a la verticalidad del hombre y al hecho de que éste posee lenguaje, además, plantea la boca en términos del poder de expresión del ser humano. Si bien es cierto que el sentido de la mirada se sitúa en relación al horizonte, la dupla ojo-boca se sitúa de manera ortogonal al suelo, de forma que es precisamente esa verticalidad la que la aproxima a la problemática de la escultura tradicional en oposición a la horizontalidad de la pintura, y plantea el cuerpo como herramienta de performancia, en este caso, mediante la conversación.

En este punto es importante aclarar que el acto conversacional es independiente de la temática que esta maneje, ya que en sí es autorreferencial y autoconstitutivo, de forma que lo importante no es su discurso, sino la circulación de la información proveniente de cada una de las experiencias personales de los interlocutores. Así, la conmemoración de la experiencia, es decir el objeto escultórico del pensamiento y su soporte hablado no se encuentran divididos sino que constituyen una unidad inseparable, en cuanto la palabra se comporta como sustento de un contenido sobre la misma palabra y es al mismo tiempo la base, el fundamento y la materia de una idea que hace alusión a sí misma.

En un mundo en el que la constante preocupación del hombre por la construcción desmedida de objetos ha revelado la inexistencia de una verdadera y universal imagen, y en donde se ha perdido la capacidad de asombro del hombre debido a la costumbre de sus actos, la conversación como forma escultórica se presenta como posibilidad de autoreconocimiento que utiliza la herramienta directa del hombre como comunicador y sitúa al artista como intermediario para permitir que ese vínculo entre los hombres y su entorno se lleve a cabo en mayor o menor grado, mientas que, la obra, por su parte, deviene en una manifestación energética que sólo se hace posible como pensamiento, porque sólo puede existir como energía.

Entendida como energía más que como materia, la conversación acontece como la manifestación por excelencia de la energía potencial de la palabra, y el hecho de hablar se encuentra quizá más cercano a las necesidades culturales de una sociedad en la que el aislamiento resulta impertinente. Cuando se entiende la conversación como forma de arte no excluyente sino por el contrario participativa, se cambia la perspectiva de un hecho cotidiano y se entiende la pertinencia del arte en la sociedad, como una necesidad de construcción y organización del mundo, como un acto de pensamiento y como el hecho fundacional de la cultura del que hablaba el artista italiano Piero Manzoni:

“El arte no es un fenómeno descriptivo, sino un procedimiento científico de fundación....Aquí la imagen toma forma en su función vital: no podrá ser valorada por lo que recuerda, explica o expresa ( en todo caso la cuestión es fundar), ni querer o poder ser explicada como alegoría de un proceso físico: ha de ser valorada en cuanto que es: ser”

De este modo, el acto artístico se revela en su existencia intrínseca y al artista sólo le queda resolverse en la vieja pregunta shakesperiana. Ser o no ser, esa es la pregunta. Hacer o no hacer, esa es la actitud.